viernes, julio 31, 2009

Sin destino, sin nombre, sin dueño.

Veintidós horas antes del vuelo de vuelta empecé a llorar. Ocho horas antes la primera lágrima no se había secado. Cuatro horas antes el llanto se volvió amargo. 2 horas y media antes me despedí por última vez de casi toda mi familia allí, y sentí que ese ''casi'' me estrangulaba por dentro. Ahora, aunque me ofendes, ese llanto se ha vuelto en un resquemor. La vida ha puesto en zozobra este pequeño barco. Pero yo, en mi pequeño barco de cáscara de nuez tengo un timón y un tripulante. La tempestad me asusta. Pero no por mí, porque mi padre navega mi barco. Pero el tuyo que es esplendido, pero sin dueño, ni navegante, es arrastrado por las batidas del mar hacia mal puerto ¡Cómo me gustaría que oyeras mi voz en la tormenta! ¡Cómo me gustaría hablarte del faro que hay erguido justo delante de ti! y dime tú ¿¡cuántas veces he pedido ya al capitán que vuelva para buscarte!? Y, cuantas veces me habrá respondido que te tendió el puente y no quisiste subir. Y aunque soy yo la que toma el avión, eres tú la que se aleja. Ya estas lejos. No oyes mi voz. Supongo que ya no debo decir mi voz por que hace un tiempo que la perdí. Ahora sólo habla el que guía el barco. Desde el principio era él. Y de alguna forma confusa y con sus palabras, era yo. Me siento culpable. Me pregunto qué hubiera pasado si yo hubiera sido más lista, si hubiera entendido mejor lo que mi capitán me enseñaba, si hubiera sido más fuerte. Pero Él sabe que rumbo toman las olas, porque el mismo las dibuja con la punta de sus dedos. Por eso mi barco ya no está más a merced de la marea. Por eso es como si volara. Es gracioso. He abierto la ventana del avión ahora, y ¡qué metáfora! Se han ido las nubes del cielo. Se han ido y han dejado paso a un cielo plagado de estrellas. Tan redondo, tan cercano, que no quiero dormir, sólo por mirarlo un instante más.

Me he dado cuenta de que el billete del pasaje del avión lo pagaste tú. Y me he dado cuenta que el billete de pasaje hasta el cielo, lo pagó ese hombre que ahora tripula mi humilde barco. Y se ofrece a llevar, el tuyo también. Y cuando leas esto, el bajará una vez más el puente. Desearía que le dejaras entrar. Yo no puedo abrir los candados por ti. Yo sólo puedo pedirle a ÉL que se aproxime a ti para hablarte. Cuando entré en el avión, digamos que veinte minutos antes de que despegara, dije adiós. En bajito. Nadie tenía que oírme. Nadie me tenía que ver secándome las lagrimas. Aunque supongo que eso se tuvo que notar porque tenía los ojos muy rojos por todo este asunto. Todos tenían que haber oído cuando llegué a casa, y recibiendo tú llamada volví a pedir al Señor por ti. Y aunque la puerta estaba cerrada, como siempre supe que había alguien que estaba escuchando. Mi padre, mi faro, mi capitán, el que pagó mi viaje, el que creó las olas, el viento, el mar, el que creó mi barco, y lo puso sobre estas cosas dándole nombre. Me duele pensar que, mientras esto, me acusas de no quererte, de ser egoísta, de no haber dado valor a lo que me das… de no creer en ti. Cuando eres tú el que no me crees cuando te digo que te quiero, que no quiero guardar para mi nada que tú puedas querer, que agradezco lo que me das, y que tengo confianza en ti. Han pasado dos días desde que llegué aquí y aún sabiendo todo lo que sé, y todas esas cosas que me has dicho al teléfono. Aún así me he despedido de tu llamada diciéndote que te quiero. Y tú has dicho ``Olvídame, olvida que has estado aquí, olvida todo lo que ha pasado, olvídate de mi´´

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