miércoles, marzo 19, 2014

Sentir.

Quedar desnutrido de amor. La mente maniatada. Enfermar por falta de entendimiento. 

Gritar -¿Qué queréis de mi?- Reír. No queréis nada.

Oh, no, prefiero la tristeza mil veces a esto, saber lo que se siente y sentirlo. Padecer si es necesario. Llorar cuando todos se marchen. Estar sola y ser infeliz. Marchitar y enmohecerse si es lo que debo sentir.  Morder el polvo, ser apuñalada, sentir la sangre corriendo caliente sobre mi piel recién abierta, saborear la hiel y el lodo. 

Quiero que la noche me arrebate la luz de los ojos y llorar hasta desfallecer, y en el suelo, herida por el ave de las tinieblas quiero ver la victoria de mejores días sobre el dolor, quiero ver elevarse el sol y sentir el calor de un nuevo día.

lunes, enero 06, 2014

Lo siento...

Me he empezado a enamorar de ti. De las cosas que haces todos los días y que te resultan insulsas. De tus bromas y de cuando te metes conmigo. De tus buenas noches a la hora de acostarme. De tus silencios, de cuando no respondes, quizás porque no quieres hablarme.

Y me siento tonta. Siento que no soy lo suficiente. No tengo el valor de decírtelo a la cara.

Lo siento.

Ojalá puedas perdonarme y seguir siendo mi amigo.


martes, agosto 20, 2013

El chico de la gorra roja.

Como cada vez que hacía la compra, la niña pasaba con su carrito por el paso a nivel del tren, y luego por enfrente de la estación de tren abandonada, junto la que había un puesto de vigilancia en alto, que como la estación había caído en desuso. Y como cada vez que pasaba, la niña estaba pensando en su alto castillo,- la estación-, y en el imperio que dominaba desde él junto a su amigo,- el árbol-, y su dragón de acero,- el tren-.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Alguien había tapado con maderas las ventanas de la estación, y había robado la bandera que había hecho para la estación con un trapo de cocina colgado en lo alto del árbol. Asustada, percibió que alguien, desde las sombras del interior del puesto de vigilancia la observaba. La figura, al ser descubierta, salió a la luz. Se trataba de un chico con una gorra roja, uno o dos años mayor que ella, de unos 11.

Él sabía que la niña sentiría miedo al verle, primero la intimidó con la mirada y luego cargó la escopeta que llevaba en las manos para que a la chica le sirviera de advertencia.


domingo, agosto 18, 2013

La estación de tren y la niña.



El carrito de la compra hacía un molesto chirrido. Una especie de quejido agudo cada vez que las ruedas daban la vuelta. La niña tiraba de él sin interés mientras se concentraba en la calle a su alrededor, el aire, los ojos de la gente, las aceras desgastadas, sus pies andando al ritmo de una canción imaginaria.

Cruzó el paso a nivel que la separaba a su casa y observó que había una caseta de vigilancia abandonada a su lado. Y un poco más allá una estación de tren abandonada. La ciudad se había ido construyendo a su alrededor. Al construirse una nueva estación y con el pasar de los años había sido olvidada, tapiada, y con un enrejado tan sucio cercándola, ni siquiera los vándalos quería acercarse a ella. 

La niña, que poseía el poder más hermoso y a la vez el más terrible del mundo, lo desplegó sobre aquel trozo del mundo. Tenía el poder de ver como había sido en el pasado, haciendo recomponerse las losetas rotas del suelo, los papeles tirados, volver a su sitio dentro de la oficina del revisor, el árbol que había atacado el tejado, metiéndose dentro del edificio se echó para atrás y el techo, que había caído por el peso de la planta, volvió a su lugar. Vio a la gente comprar billetes para el pasado, y a niñas llorosas volver a ver a ese chico que se fue a la gran ciudad y jamás volvió. 

La niña volvió al presente, y decidió ver el futuro. Unas máquinas demoliendo el edificio, destruyendo el pasado, al que ya no se podía volver, y convirtiéndolo en un futuro mejor para aquellos que permanecían con vida.

Pero la niña no tenía solo el poder de hacer nuevo lo viejo, o de destruirlo. Se decidió a entrar dentro de la estación, y a utilizar su magia más poderosa, una magia que solo poseen los niños, y sin hacer grandes reformas, convirtió aquella estación en su fortaleza y castillo, que un dragón plateado se encargaba de custodiar, pasando todos los días a las 8 de la mañana y luego, a las 5 de la tarde como un verdadero trueno, haciendo temblar la calle a su paso, atemorizando a todos con un terrible rugido.
Se hizo un trono allí donde el sol recaía al atardecer, y las hojas de papel del suelo eran pétalos de rosa que habían sido puesto allí en su honor. Más tarde subió al árbol, que resultó ser su mejor amigo, que había decidido visitarla, y en cuya protección podía observar el mundo que vivía allí afuera.
Un mundo de fantasmas que no eran capaces de ver en ella su gran poder, ni en el castillo la belleza. No podían ver en el árbol un amigo, ni en el tren a su fiel dragón. ¿El ser adultos los había cegado para siempre? ¿podía ella hacerlos ver?

sábado, agosto 17, 2013

¿En qué piensan las mujeres? -texto de ficción

(Quizás yo no sea la más adecuada para escribir, sobre esto, pero en fin, "¡qué me quiten lo bailao!")





Sentía una mezcla de euforia enfermiza e histeria estúpida que me impedía concentrarme. Estaba enamorada. La cabeza me daba vueltas. Intentaba concentrarme en hacer la comida, en entender un libro de la carrera... incluso ver la tele me volvía loca. "¿Le gustaría esta comida a él? ¿tendré la oportunidad de que la pruebe algún día?" o "¿entendería este libro él? ¿le gustaría el tema?" o peor aún "A lo mejor a él le gusta esa rubia de la nueva película de acción. Sí, seguro que le gustan las rubias ¿y si me tiño el pelo?"

Solo la noche parecía ofrecerme un poco de descanso, refugiándome en un sueño en que podía darle la mano, o un tierno abrazo, al que él correspondía con una lágrima de alegría y un "yo siempre te he amado"

PAMPLINAS. Soy una mujer del siglo 21. Y él no piensa en lo que yo siento. ¿Por qué debería pensarlo yo?

Mi cabeza se hacía trizas. Como mujer me sentía desorientada. Mis compañeras de carrera parecían tener una manera muy diferente de pensar con respecto a los hombres. En una de sus habituales charlas habían comenzado a hablar de culos. Que si el culo de este era mejor, que si el otro peor. Yo sinceramente no le había mirado el culo a un hombre en la vida. No me había fijado ni siquiera en las partes traseras de ninguna de las esculturas o representaciones pictóricas de las muchísimas obras de arte que había estudiado durante la carrera. Sin embargo unos ojos azules, una manos grandes, una sonrisa... aquello sí me resultaba atractivo. 

Mis amigas habían dado un paso más en lo que para ellas era ser una mujer del siglo 21 y para mi era intentar parecerse más a un hombre. 

Yo no me engañaba. Yo también tenía esa enfermedad que parecía imbuirnos a todas en ganas de parecernos a nuestros congéneres masculinos. Como mi madre se había fugado con otro siendo yo aún pequeña, en lo profundo de mí ser guardaba un conflicto con mi yo femenino. No os equivoquéis. Estaba feliz habiendo nacido mujer, porque de hecho a la mayoría de los hombres les resultan atractivas las mujeres. Por otro lado renegaba de muchas de las costumbres milenarias de mis compañeras. Algunas veces acerté, librándome de cosas en mi opinión son tonterías. En otras, fui convenciéndome de que tenía que ser más femenina. 

Aún así hay otras cosas, como mirarles el culo a los hombres, que sinceramente no entiendo y creo que no entenderé jamás. Es decir, una cosa es librarnos de los clichés de nuestro sexo y otra muy diferente apropiarnos de la forma de pensar de nuestra contraparte, que creo yo, que además no es especialmente brillante.
Otra cosa que no entiendo es el sexo, que por mi parte no tengo ninguna prisa por experimentar. Los hombres están locos por el sexo (esa impresión nos dais chicos) y las chicas... yo qué sé. A lo mejor soy yo la rara de este mundo, pero me da la impresión de que a nosotras eso no nos corre prisa. 

Bueno, eso creía yo, pero las últimas veces que he hablado con mis compañeros se ha dado una curiosa anomalía. Como es costumbre todos, chicos y chicas quedamos juntos para tomar una copa (una copa... de coca-cola en mi caso, porque no tengo resistencia alguna al alcohol) En algún momento dado, una chica empieza a hablar de ropa, o algún chico de algún video-juego y el grupo pasa a dividirse en dos. No quiero ser sexista, y para que veáis que no lo soy, resulta que probablemente, como tengo ese conflicto interno con mi yo femenino, cada vez que veo una tienda de ropa me agobio y empiezo a desear volver a casa, probablemente yo estuviera en el grupo de los chicos en este caso. 

Pero volvamos al ejemplo y digamos que alguna amiga me tuviera cogida por el brazo y yo no pudiera escapar de esa terrible conversación de zapatos de tacón azul turquesa y lacito que se han puesto tan de moda. 

Como soy así de gafe, alguna de mis compañeras empezaría a hablar de culos (que últimamente les gusta mucho). Yo empezaría a comportarme como un espectador de un partido de tenis, siguiendo la conversación como una pelota, de chica en chica, de tenista a tenista, pero sin nada de entusiasmo, intentado en algún momento, como ya he dicho, escabullirme con los chicos, que están hablando del call of duty, o cambiar de conversación sutilmente. (Por cierto, gritar "ARAÑA" y hacerse la asustada es una buena opción). 


Lo peor que te puede pasar en estas situaciones es que todas comenten algo "a mi me gustan así" y la otra "a mi así" y que te acaben mirando a ti. Están esperando. Esperando tu contribución. Y tu solo puedes pensar ¿culo? ¿para qué quiero yo un culo? ¡me da igual! ¡Estáis todas locas!

Es entonces cuando tienes una idea brillante y dices -¿Y que me decís de unos hombros anchos?

Jamás has pensado dos segundos en unos hombros anchos, los hombros anchos es algo que la mayoría de hombres tiene por definición y a ti no te va ni te viene, pero es más atractivo que un culo. 

Todas te miran con una sonrisa maternal (¡awww...que inocente!) Al final la única persona que te da la razón es el chico gay que ha conseguido infiltrarse perfectamente en el grupo femenino. Y eso te hace sentir mal porque, él parece tener las claves de uno y otro mundo (femenino y masculino) pero tú no. 

Ellas empiezan a hablar de sexo, dando detalles con pelos y señales. Y yo al menos empiezo a no entender un pimiento. Y lo que entiendo, me quita las ganas de entender el resto. 

Cuando vas al otro grupo, después de la sorpresa inicial (¿¡ERES CHICA!? ¿¡TE GUSTA EL COD!?) tienes reservado un cuestionario para ver si REALMENTE te gustan los video-juegos. Y sí, has jugado al COD, al assasins, y a todos los FF habidos y por haber, incluso te los has pasado, pero no has jugado al GTA. No te gustan los coches, y una mujer voluptuosa en la portada no te resulta especialmente atractiva. Jugaste 5 minutos, y acabaste pasando de la misión principal, te cambiaste de pelo (eso estuvo bien, pero no pudiste elegir un personaje femenino) y luego intentaste llegar al borde del mapa, y aunque lo intentaste varias veces siempre venía la policía ¿Que gracia hay en eso?

"Mucha" diría un chico. "Poca" diría yo. "Ninguna" diría una mujer cualquiera. 

Lo siento, estoy cayendo en generalidades. Estoy segura que algunos estaréis leyendo esto y pensando "esos juegos denigran a la mujeres" (y creo tendréis razón en muchas ocasiones) otros pensaréis "¿Qué dice esta tipa? ¡Yo pienso exactamente lo contrario!" Otros no tendréis ni puñetera idea de que estoy hablando. Ante esto sólo puedo decir; abajo podéis hacer comentarios. ¡Bendita sea la libertad de expresión!

Los chicos, en mi humilde experiencia, no hablarían de sexo en el resto del día. Al menos no en mi presencia. Y si lo hicieran, por estar yo delante, se cortarían un poco. 

Creo que empezasteis pensando que era femenina, aunque en realidad luego no lo era tanto, pero al final sí, incluso quizás más que otras chicas, o no. ¿No habéis entendido una caca? Así somos las mujeres. Miento, así soy yo. 

viernes, agosto 16, 2013

El Juez de los Ladrones- Relato

Al llegar las ocho al ladrón le llegó una misiva, en ella aparecía su nombre escrito en rojo con una pulcra letra. Nada más ver la carta deslizarse por debajo de la puerta el ladrón tembló. Se despidió de su familia y huyó. 

Una cortina de nubes cubría la luna. El silencio reinaba en la calles excepto por unos pasos sordos y desafortunados. Eran de un hombre histérico de miedo que no se atrevía a correr pero tampoco a pararse. Eran los pasos del ladrón, que sin saberlo avanzaban hacia su tumba.

El asesino que había de matarlo se hallaba  apostado como un gato en lo alto de un edificio. Observando, preparado para derramar sangre. 

Los ladrones robaban, e incluso mataban si era necesario, por diferentes razones. Enriquecerse, cobrarse venganza, a veces simplemente querían sacar adelante a sus familias. Había algún iluso que buscaba ayudar a los pobres a costa de los ricos, y algún  loco que lo hacía simplemente por el gusto de ver a sus víctimas agonizar.

El asesino miró al ladrón que con manos temblorosas sostenía una pequeña daga en alto. De que poco le serviría. Hacía no mucho el asesino había sido también un ladrón tan vulgar como el que tenía delante, aunque más fuerte, ágil, y valiente. Más trabajador quizás. 

Pero él había demostrado ser diferente. Ahora era Juez. Juez de los ladrones. 

Y como Juez debía hacer que ciertas leyes, aunque antiguas, se cumplieran. No se debía robar a alguien demasiado pobre, para no ahogar a la gente más humilde en desgracias, pero tampoco se debía robar a la gente demasiado rica, porque podían destruirlos. Pero sobre todo, un ladrón tenía permitido robar, pero no ser cazado robando. 

Este ladrón que debía de matar había roto estas tres reglas, entre muchas otras. Ahora le perseguían nobles y humildes con ahínco para sacarles los secretos, para intentar que confesara sus crímenes, y para que señalara a los otros ladrones que vivían dentro de las murallas de la ciudad. Pero eso no pasaría. 

El juez aplicó la ley. El pecho del ladrón se abrió en dos con ayuda del frío acero, tiñendo el suelo de escarlata. 

No había sido un asesinato sin avisar, aquella misma mañana el Juez había enviado una misiva al condenado. Una misiva dirigida al ladrón expresamente, con nombre y apellidos en una letra tan roja como la sangre. Dentro de la cual, el aviso con la condena, su firma -la firma del Juez de los ladrones- y el sello de aprobación del Señor de los ladrones, que como todos sabían, era el propio rey. 

miércoles, agosto 14, 2013

Evolución de un Romance

Si quiero se coherente conmigo misma, si decidí amarle, tendré que seguir amándole de una forma o de otra. Lejos o cerca. Me quiera o no. Como un amante, como un hermano, o como un amigo.

Pero tendré que amarle.

Si quiero ser coherente conmigo misma, como decidí amarle, sea él feliz o triste yo seré feliz, porque escogió su propio camino, incluyéndome a mi o no en este.

Tendré que amarle.

Si quiero ser coherente conmigo misma, y aunque rompa la lógica de todo lo anterior, seguiré queriendo verle, buscando su nombre en los recuerdos de la personas que conozca, su cara en las fotos antiguas que nos hicimos como amigos. Su sonrisa en todos los otros hombres que intente querer.

Porque te seguiré amando.

Siendo coherente conmigo misma, tendrá que aparecer alguien muy bueno detrás de ti para que olvide comparaciones. Pero aparecerá.

Tiene que aparecer para que le ame.

Si hubiera sido coherente desde un principio, esto no habría pasado, y no te tendría atornillado a mi cabeza.

No te amaría.

Siendo coherente, no puedo ser coherente más tiempo. Quiero decir, te amo.

Pero voy a dejar de amarte.