Hay un lugar mas allá, entre las decadentes gotas de lluvia, entre las grises aceras hastiadas de transeúntes y el polvo de los viejos relojes y los cristales de las gafas, que triste, ven a través de los ojos de otros sentimientos de amor.
Entre las flores de almendro y cerezo, en las alas sucias de las moscas que se comen a los muertos, existe un lugar en las nacaradas estrellas y el vacío terrible, un lugar para aquella musa vieja, por la ciencia desnutrida, un lugar para entender la poesía.
No se entiende si es amada, ni en las anotaciones de los márgenes de los libros, pues una y otra vez se libera y se esconde en sus propios entresijos.
No se entiende en sueños, aunque alguno lo crea, ni en renovación ni en clasicismo.
Ella es la de ojos claros y dulces, seductora y sabia su naturaleza, se acompaña a un lado de la muerte y al otro de la vida.
Es suyo el aliento gélido en la nuca del lector y una carga pesada en el corazón del escritor y ¿quién la entiende? Se presenta de cuando en cuando ante los ojos cansados de un desconocido vagabundo, lo enamora, lo carcome, lo destruye.
Es la poesía una bruja malvada, como mi pecho roto, cuando ella se va. De sus manos infames salen a chorros miel y azúcar, hiel, lodo, y vísceras.
En sus cabellos se enredan todas las niñas pasiones que hubo de entender alguien alguna vez.
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