Como cada vez que hacía la compra, la niña pasaba con su carrito por el paso a nivel del tren, y luego por enfrente de la estación de tren abandonada, junto la que había un puesto de vigilancia en alto, que como la estación había caído en desuso. Y como cada vez que pasaba, la niña estaba pensando en su alto castillo,- la estación-, y en el imperio que dominaba desde él junto a su amigo,- el árbol-, y su dragón de acero,- el tren-.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Alguien había tapado con maderas las ventanas de la estación, y había robado la bandera que había hecho para la estación con un trapo de cocina colgado en lo alto del árbol. Asustada, percibió que alguien, desde las sombras del interior del puesto de vigilancia la observaba. La figura, al ser descubierta, salió a la luz. Se trataba de un chico con una gorra roja, uno o dos años mayor que ella, de unos 11.
Él sabía que la niña sentiría miedo al verle, primero la intimidó con la mirada y luego cargó la escopeta que llevaba en las manos para que a la chica le sirviera de advertencia.
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